El bullying no es un fenómeno nuevo, de hecho, ha existido durante generaciones y se ha considerado un proceso normal dentro de una cultura del silencio que ayuda a su perpetuación (Trautmann, 2008), o la llamada “Ley del silencio” que es la considerada como responsable del mantenimiento en el tiempo de la situación de acoso.
Los niños han sufrido amenazas, abusos y humillaciones repetidamente, pero es en estas últimas décadas cuando ha adquirido notoriedad gracias a los medios de comunicación e internet, por la difusión de las serias consecuencias. Ahora la sociedad es más consciente de ésta problemática y muestra más rechazo a las actitudes que suponen una agresión violenta y gratuita, repetida y cruel (Triviño, Iriarte y González, 2017).
Autora: Sofía Yuste, Psicóloga clínica.
De hecho, según el estudio nacional que elabora el Observatorio para España de Bullying Sin Fronteras, la suma de todos los casos desde noviembre de 2016 a noviembre de 2017 finalizó con 1.004 casos graves de bullying. Y desde noviembre de 2017 a noviembre de 2018, con 1.229 casos, lo que habla de un aumento en torno al 22 por ciento anual.
¿Qué es el Bullying?
Cuando hablamos sobre el bullying, Garaigordobil y Oñederra (2009) nos lo definen como ‘’el abuso de poder, el hostigamiento, la intimidación y los injustos malos tratos verbales, físicos o relacionales, así como la exclusión social y los rumores dañinos, no son un comportamiento puntual ni una respuesta esporádica, sino una secuencia de acciones repetidas entre unos protagonistas, agresor/es y víctima, cuya relación persiste en el tiempo y desarrolla una determinada y conocida dinámica. ’’ (p, 194).
Esta forma de violencia gratuita atenta directamente contra el derecho fundamental que tienen los escolares, niños y adolescentes de sentirse en un entorno seguro cuando está en la escuela, de modo, que se ve afectado gravemente su desarrollo personal, psicológico, social y afectivo, considerándose como una de las formas de violencia que mayor repercusión tiene en niños en edad escolar. (Triviño, Iriarte y González, 2017)
¿Qué problemas se asocian al sufrimiento ocasionado por Bullying?
El problema, según Cerezo (2009) va más allá de los episodios concretos de agresión y victimización, en primer lugar, porque cuando un sujeto recibe las agresiones de otro de manera sistemática, generaliza la percepción hostil al conjunto del ambiente escolar, generando graves estados de ansiedad y aislamiento, además de la consiguiente pérdida del interés por aprender. El clima afectivo del grupo de iguales sufre una importante pérdida de actitudes prosociales, favoreciendo la falta de consideración hacia los demás y la consiguiente merma en la calidad del clima educativo.
Acoso escolar y sus características
El acoso escolar no está formado únicamente por violencia de tipo físico, sino que está compuesto por un conjunto de agresiones verbales, físicas, psicológicas, incluso en la red como el ciberacoso, de tal forma, que la víctima no es capaz de resolver esta situación por sí misma. Nos encontramos ante una situación que tiende a empeorar progresivamente, ya que el agresor va fortaleciendo su posición, mientras que la víctima va perdiendo confianza y autoestima, sintiéndose cada vez más indefensa (Triviño, Iriarte y González, 2017).
Desde la psicología grupal, Cerezo (2009) comenta que esta dinámica tiene carácter expansivo desde su inicio, de un episodio puntual de maltrato pasa a constituir una dinámica asidua de exclusión, violencia y deterioro de la socialización. Se presenta como un fenómeno grupal, desde el momento en que precisa del soporte del grupo. En la etapa de desarrollo personal y social de los jóvenes las relaciones interpersonales que juegan un papel trascendente en su desarrollo al facilitar el status social y la asunción de roles por lo que las consecuencias que generan estos actos son importantes.
¿Quiénes intervienen en un episodio de abuso?
Las víctimas:
Son percibidas como inseguras, con inferioridad física, psicológica o social, con pocas habilidades sociales o pocos amigos. Un estigma físico, un nivel de autoestima bajo o la incapacidad de adaptación al contexto, suelen ser algunas de las condiciones que hacen débil y susceptible a un individuo (Loredo-Abdalá, Perea-Martínez y López-Navarrete, 2008). Presentan ansiedad, depresión, deseo de no ir a clases con absentismo escolar, y deterioro en el rendimiento académico.
Si la victimización se prolonga, puede aparecer ideación suicida debido al desamparo, infundiéndoles así una soledad extrema que a nivel social resulta más fácil para que los intimidadores les realicen agresiones, especialmente porque no tienen recursos para defenderse por sí mismos (Arango, 2014). Además se sienten culpables y tienen la creencia de ser merecedores de lo que le ocurre, produciéndose un círculo vicioso, lo que hace que sea una dinámica difícil de revertir. (Trautmann, 2008)
Los agresores:
El que ejerce la violencia se caracterizan por ser líderes de grupos, destacándose frente al otro en base a agredir a los demás, tornándolos populares dentro de su contexto (Arango, 2014). Suelen ser físicamente más fuertes, dominantes, impulsivos, no siguen reglas, baja tolerancia a la frustración, desafiantes ante la autoridad, tienen actitud positiva hacia la violencia, esperan crear conflictos donde no los hay, no empatizan con el dolor de la víctima, ni se arrepienten de sus actos (Trautmann, 2008).
Su objetivo es aumentar su status dentro del grupo que los refuerza. Se autoevalúan como líderes y sinceros. Perciben su ambiente familiar con cierto grado de conflicto y el contacto con los padres es escaso. Su actitud hacia la escuela es negativa por lo que con frecuencia exhiben conductas desafiantes y su rendimiento escolar es bajo (Cerezo, 2009).
Muchas veces los comportamientos de estos individuos se pueden encontrar asociados con conductas delictivas, abuso de sustancias psicoactivas, suscitando de esta manera consecuencias negativas tanto para ellas como para otras personas. (Arango, 2014). La misma autora comenta que con frecuencia malinterpretan las situaciones sociales generando impulsividad, inseguridad y altos niveles de ansiedad, que basado además en una intimidación escolar, se relaciona en muchos casos con la baja capacidad de manejar las emociones, mediante conductas que perjudican a otras personas.
Los víctimas-perpetradores:
Así puede denominarse a quienes siendo víctimas de esta forma de violencia, evolucionan hacia una actitud de agresores. (Loredo-Abdalá, Perea-Martínez y López-Navarrete, 2008). Según Cerezo (2009) ellos tienden a maltratar a niños menores o más débiles que ellos. Estas personas se caracterizan por tener un comportamiento tanto ansioso como agresivo, siendo ellas mismas las que son agredidas y a la vez las que intimidan a otros. Algunas buscan hacerle daño a otras realizando algo parecido a lo que vivieron ellas como para desquitarse.
Estos son los protagonistas más difíciles de identificar, pues se encuentran en una situación en donde buscan deshacerse del malestar producido por la agresión mediante la intimidación hacia otros. Teniendo como características principales la baja autoestima y déficit en las habilidades para resolver los problemas (Arango, 2014)
Espectadores:
Son parte de la situación actuando como reforzadores permitiendo que el intimidador sienta que ha conseguido el poder que estaba buscando. La mayoría de las veces estas personas no saben que lo que están presenciando es una situación de agresión, ni mucho menos el rol que están cumpliendo allí (Arango, 2014). Según Trautmann (2008) hay programas de prevención que tratan que los testigos tengan un rol preventivo ya que el agresor se ve estimulado o inhibido por ellos.
Por otro lado, según el mismo autor existe un segundo universo de testigos que son los profesores y personal del colegio. Según la mayoría de los alumnos, los profesores no intervienen siempre en estas situaciones.
Las consecuencias del bullying
Según Loredo-Abdalá, Perea-Martínez y López-Navarrete (2008), afectan a todos los actores produciendo ansiedad, absentismo, bajo rendimiento académico y abandono escolar, generado por un clima de inseguridad, de exposición crónica a los patrones de violencia tanto la víctima como el resto de los alumnos que tienen el rol de espectadores.
Además, existe una relación entre el acoso escolar y un estilo educativo poco cálido, distante, familias poco cohesionadas o padres sobreprotectores, castigos inconsistentes, castigos físicos, padres violentos, victimización entre hermanos, y un padre/madre que haya tenido historia de acoso, por lo que los agresores también sufren la violencia ocasionada por situaciones familiares.
Al final todos los involucrados, víctimas y agresores, tienen mayor riesgo de sufrir síntomas depresivos e ideación suicida, pasando por trastornos del sueño, enuresis, dolor abdominal, cefalea, malestar general, ansiedad, baja autoestima, sensación de rechazo social, aislamiento, marginación y en general una auto-percepción de minusvalía física y social.
Podemos separar los elementos favorecedores del fenómeno, con el fin de entender los factores de riesgo y protección para evitar el acoso escolar.
Entorno y factores de protección para evitar problemas de acoso
Escuela:
El segundo ambiente de mayor convivencia para los niños y jóvenes debe incidir en la adquisición de sus valores, conductas y proyectos. Cerezo (2009) advierte que los lugares donde ocurren las agresiones, difieren según la etapa educativa. Así, en Educación Secundaria, los lugares más destacados son los espacios-aulas, seguidos del patio de recreo y los lugares de acceso al centro; mientras que en Educación Primaria, se señalan el patio de recreo en primer lugar, seguido del aula y otros espacios del centro.
Por ello, los esfuerzos para garantizar un clima anti-violencia se deberán centralizar en promover intervenciones o programas destinados a ayudar a los niños a desarrollar habilidades para resolver conflictos, a incentivar la toma de conciencia del bullying, promover la adquisición de valores pro-sociales, como la tolerancia por las diferencias, cambio de actitud de los estudiantes, incluyendo vídeos y debates en grupo. Todo ello, con el promover la asertividad para persuadir al agresor y la actitud activa de los testigos o espectadores (Trautmann ,2008).
Familia:
Es el núcleo social más importante en el que nace, crece y se desarrolla una persona; donde cada uno de sus integrantes juega un papel individual y de grupo. El resultado de su estructura y función incide directamente en el comportamiento del individuo para sí mismo y para otros. (Loredo-Abdalá, Perea-Martínez y López-Navarrete, 2008). Palacios, Polo del Río, Castaño, León del Barco y Fajardo (2013) afirman que los estilos educativos familiares (democrático, negligente, autoritario y permisivo) cuyas consecuencias no se limitan a los años de la infancia, sino que se prolongan en la adolescencia y la juventud. Por tanto, las competencias sociales de los/as menores guardan una estrecha relación con su conducta agresiva.
Comunidad:
Algunos estudios demuestran que el nivel de violencia en la comunidad (los homicidios, la delincuencia…), conlleva a un riesgo mayor de violencia en otros contextos como la familia, la escuela, el trabajo.
Factor individual:
las características del sujeto definen la susceptibilidad de ejercer o sufrir violencia. El nivel de adaptabilidad que cada niño o adolescente tiene, determina la capacidad de análisis , interpretación y respuesta que tendrá en la adversidad (Loredo-Abdalá, Perea-Martínez y López-Navarrete, 2008). También es importante subrayar que los factores grupales juegan un papel fundamental que influyen en la respuesta conductual de cada persona, familia o sociedad, el resultado define directamente el desarrollo o no de este fenómeno.
Sin embargo, somos conscientes que el bullying es un proceso sistémico grupal, que involucra a agresores, víctimas, pares, adultos, padres, ambiente escolar y ambiente del hogar, es improbable que una intervención en un solo nivel tenga algún impacto, porque la actuación en todas las áreas del estudiante podría promover prevenir este fenómeno que nos sorprende a todos por su gran escala (Cerezo, 2009).
Fuentes:
- Arango, A. (2014). El bullying y la relación entre los implicados (víctimas, victimarios y espectadores) (Bachelor’s thesis, Universidad de La Sabana). Extraído en https://cutt.ly/byb4LP1
- Cerezo, F. (2009). Bullying: análisis de la situación en las aulas españolas. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 9 (3), 383-394. Extraído en https://cutt.ly/1yb48AR
- Garaigordobil, M., & Antonio Oñederra, J. (2009). UN ANÁLISIS DEL ACOSO ESCOLAR DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO Y GRUPO. Ansiedad y estrés, 15. Extraído en https://cutt.ly/5yb4CFM
- García, V. P., del Río, M. I. P., Castaño, M. E. F., del Barco, B. L., & Bullón, F. F. (2013). Tipología familiar y dinámica bullying/ciberbullying en Educación Secundaria. EJIHPE: European Journal of Investigation in Health, Psychology and Education, 3(2), 161-170.
- García, S. T., Corpas, N. E. I., & Gris, S. G. (2017). Perspectiva actual del bullying y la violencia escolar. Salud y cuidados durante el desarrollo, 131. Extraído en https://cutt.ly/Lyb4MZh
- Loredo-Abdalá, A., Perea-Martínez, A., & López-Navarrete, G. E. (2008). “Bullying”: acoso esocolar. La violencia entre iguales. Problemática real en adolescentes. Acta pediátrica de México, 29(4), 210-214. Extraído en https://cutt.ly/Uyb42lu
- Trautmann, A. (2008). Maltrato entre pares o» bullying»: Una visión actual. Revista chilena de pediatría, 79(1), 13-20. Extraído en https://cutt.ly/kyb49St